lunes, 19 de noviembre de 2012

-¿Lo hueles?, -¿El qué?, -Cómo se nos va la vida





No sé muy bien si lo que incitaba a salir corriendo de esa habitación era el hedor de la putrefacción o los gases incontrolables que escapaban del cuerpo. La enfermedad estaba presente en cada partícula de la habitación, y sin embargo, ahí estaba el marido junto a su mujer, tratándola con tal delicadeza que contrastaba con el grotesco cuerpo al que profesaba besos y cuidados. Era de cita obligada ir a lavarla, vestirla, peinarla y mimarla. No había día que faltase, y siempre la llamaba “mi niña bonita”, y así se despedía de ella hasta el día siguiente.




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